Parecéis flores del mar,
velas que salís ahora,
al tiempo en que el sol se pone
y el mar es color de rosa.
Ebro, Miño, Duero, Tajo,
Guadiana y Guadalquivir,
ríos de España, ¡qué trabajo
irse a la mar a morir!
Hay de mi alegre sierra
sobre las lomas
unas casitas blancas
como palomas.
Qué silenciosos dormís,
torreones de la Alhambra,
un sueño de largos siglos
por vuestros muros resbala.
Dormís soñando en la muerte
y la muerte está lejana.
Despertad, que ya se acercan
las frescas luces del alba.
Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Segovia transparenta su alta pena
detrás del Acueducto, pensativa,
y en el hondo fluir del agua viva
el Eresma mortal se desalmena.
Ciudad episcopal, Murcia prelada ;
laberinto que en ti mismo te pierdes;
hoy va en cruz por tus rejas mi mirada,
bajo el abril de tus persianas verdes.
Todo en silencio está. Bajo la parra
yace el lebrel por el calor rendido.
Torna a la flor la abeja, el ave al nido,
y a dormir nos invita la cigarra.
La madreselva que al balcón se agarra
vierte como un suave olor a olvido;
y a lo lejos escúchase el quej ido
de una pena andaluza en la guitarra.
Del mar de espigas en las áureas olas
fingen las encendidas amapolas
corazones de llamas rodeados…
Y el sudor, con sus gotas crepitantes
ciñe a tus bucles, como el sol dorados,
una regia corona de diamantes.
Yo me levantara, madre,
la mañana de San Juan,
vide estar una doncella
ribericas de la mar;
sola lava, sola tuerce,
sola tiende en un rosal;
mientras los paños se enjugan
dice la niña un cantar:
—¿Dó los mis amores, dó los,
dó los andaré a buscar?
Mar arriba, mar abajo,
diciendo iba el cantar:
—Dígasme tú, el marinero,
que Dios te guarde de mal,
si los viste mis amores,
si los viste allá pasar.